Dice Ganyet (@ganyet), a la hora de valorar el impacto de la tecnología, que movimientos bruscos de la opinión pública como la elección de Trump, el soberanismo en Cataluña, la primavera árabe o el Brexit serían impensables sin las redes sociales, o que en 10 años la industria de las apps ha superado a la del cine, que lleva 100 funcionando. En la era de la sobreinformación, su voz se asemeja a un faro que ayuda a navegar por los afilados acantilados de la confusión. Un discurso capaz de hilvanar noticias inconexas en un discurso coherente e inspirado, como demostró hace unas semanas en el 'Bon dia' de la Cambra de Comerç de Tarragona.
¿Debemos temer el brutal impacto tecnológico que percibimos?
El impacto tecnológico no es nuevo, pero sí hay un cambio en la velocidad y en el alcance, tanto a nivel individual como colectivo. Un móvil actual posee más potencia de cálculo que los ordenadores de las primeras misiones de la NASA al espacio. Los nuevos materiales como el grafeno ofrecen posibilidades impensables... Por ejemplo, hoy es posible obtener la secuenciación de tu genoma por 1.000 dólares.
¿Puede explicar de forma sencilla eso del 'internet de las cosas'?
En 1945 estabas dentro del ordenador, que ocupaba una habitación y consumía tanto que provocaba bajadas de tensión en la luz; en 1984 ya te sitúas delante, con los primeros ordenadores personales; en 2007 el ordenador llega al teléfono móvil y la innovación se extiende con una rapidez nunca vista: puedes no tener agua corriente o luz, pero sí móvil; en 2017 el mundo ya es un gran ordenador 'invisible' que todo lo registra y analiza. Llega la ciudad inteligente... yo espero que esté llena de personas inteligentes.
¿Por qué se habla de una cuarta revolución industrial?
La primera fue el vapor, la segunda la automatización mecánica, la tercera la robótica 'inteligente' (smart) y ahora estamos inmersos en el desarrollo de la inteligencia artificial, la nanotecnología, la biotecnología, el 5G, los drones, los asistentes por voz... No son cambios aislados el uno del otro, sino que todo converge en el proceso de innovación: la genética (genes), la computación (bytes) y la física (átomos). La memoria 'viva' ya es una realidad: ya se empieza a almacenar información en células.
¿Una especie de fusión?
En 1988 Negroponte ya predijo que en 2000 'se irá fundiendo todo'. No fue en 2000 pero sí ha llegado. Hemos pasado de estar dentro del ordenador a ser parte del ordenador, con cada 'Me gusta' en Facebook, con cada pausa en Netflix o con cada twit que escribimos. Llega el llamado 'efecto plataforma': yo veo Netflix, pero Netflix me ve a mí, y lo sabe todo sobre mis gustos, con hasta 100.000 microsubgéneros. Han hackeado la industria del cine conociendo al milímetro nuestros gustos.
¿Qué efectos prevén?
No podemos prever las consecuencias de esta explosión exponencial de tecnología, porque nos falta la foto completa, aunque sí tenemos algunas certezas como la velocidad del cambio. La ley de Moore se va cumpliendo. Gordon Moore fue un ingeniero cofundador de Intel que en 1965 calculó que la capacidad de un ordenador se duplica cada año. Ray Kurzwell, un brillante visionario, habla de que la velocidad del cambio no es lineal, sino que se va acelerando. Dicha aceleración la producen más ordenadores, cada vez más potentes, y con gente mejor formada. La primera revolución industrial tardó 120 años en generalizarse, la actual ha llegado a 2.000 millones de personas en 10 años. Según él, los últimos 100 años de desarrollo tecnológico equivalen a los últimos 20.000.
Hay quien dice que la mejor manera de predecir el futuro es inventarlo...
Podemos tomar lo que observamos como punto de partida, por ejemplo, la redefinición de la propiedad. Estamos pasando de comprar un producto a disfrutar de un servicio. Ya no tenemos música, ni libros, ni películas... ni bicicletas, pues usamos el bycing. Las alteraciones en la industria son enormes, por ejemplo para ese fabricante de bicicletas. Pensemos en el impacto de Airbnb para los hoteles, el bitcoin en la economía, o whatsapp para las comunicaciones. Por cierto, no se debe confundir la economía colaborativa, como Wikipedia, con la economía bajo demanda, como Uber, por ejemplo.
¿Qué más sabemos?
Que el alcance y la profundidad del cambio también son mucho mayores. Lo que pasa en un sector impacta en todos los demás. La aportación de la computación y el big data a la cura del cáncer es mayor que la de la industria farmacológica. Un robot puede llegar a ser más eficaz en la detección que un oncólogo, pero nunca podrá superarlo en cómo tratar al paciente o cómo comunicar esa enfermedad. Debemos repensar quién hace mejor qué. ¿Cómo nos repartimos para hacerlo mejor? Paradójicamente, la tecnología nos puede ayudar a ser más humanos.
¿Se puede plantear un escenario de humanos contra robots?
Nos va a tocar redefinirnos como humanos por el perfeccionamiento de la inteligencia artificial. Hay que plantearse que los robots van a hacer muchas cosas mejor que nosotros. A día de hoy, en algunos almacenes 'inteligentes' el ordenador -que analiza todos los datos para minimizar los tiempos de desplazamiento- manda a los humanos, de los que solo interesa la versatilidad de sus piernas y sus manos.
¿Cómo prepararse? ¿Se pueden adquirir competencias?
Huyendo de lo tedioso, lo repetitivo o lo que requiera extrema precisión... Potenciando la educación en valores, el espíritu crítico y la inquietud científica. Una especie de regreso a las siete artes antiguas de las personas libres que pregonaban los filósofos clásicos: retórica, música, dialéctica... Debemos estar preparados para poner nuestras capacidades al servicio de distintas actividades. Nuestros padres tuvieron un solo oficio, nosotros 3 ó 4, y nuestros hijos harán 7 u 8 a la vez.
Falta por consensuar el reparto de la riqueza que genera esta revolución.
Efectivamente, el futuro ya está aquí pero muy mal repartido. Hay 3.000 millones de personas que no han accedido a la tercera revolución (robótica 'smart') y ya estamos en la cuarta. El reto principal es la socialización de los beneficios. El bien básico, ya hoy, es el acceso a las tecnologías, y si no lo hacemos bien, vamos a crear 'refugiados' digitales.
La concentración de grandes fortunas en pocas manos resulta preocupante.
De fondo subyace la eterna pugna entre Keynes (no podremos crear el volumen de empleos que destruye la tecnología) y la 'destrucción creativa' de Schumpeter (se destruye empleo pero también se crea a partir de nuevas oportunidades de negocio). Lo cierto es que en 1990, los tres grandes fabricantes de coches de Detroit empleaban a 1,2 millones de personas. En 2014, toda la industria tecnológica de Silicon Valley, con el mismo valor bursátil, da trabajo a 130.000. Tenemos que ser capaces de repartir esos beneficios.
Una brújula en un horizonte incierto
Coches autónomos, barcos sin timonel humano por los canales de Amsterdam, implantes fabricados 'a la carta' con tecnología 3D, materiales 4D que se adaptan al entorno... Es prácticamente imposible adivinar lo que nos tocará ver en los próximos años, pero este ingeniero informático (UAB) se erige como una de las voces más autorizadas para clarificar el vertiginoso panorama de la innovación tecnológica. Desde los años 90 ha trabajado en el ámbito de la interacción humana con los ordenadores (IBM, Deutsche Bank, Gotomedia) y su blog -creado hace 20 años- se ha convertido en un referente incuestionable. Pertenece a la Internet Society (ISOC) y colabora en prestigiosos medios de comunicación. Además, dirige la consultora de transformación digital Mortensen y es profesor de Comunicación Audiovisual en la universidad Pompeu Fabra y en la escuela de diseño IDEP.