Roberto García Casado
Director de Casado & López Consulting
No me preguntes cómo estando en Teruel pude acabar envuelto en una discusión sobre el protestantismo. Fue un sábado por la noche en un extraño pub tras un trabajo de consultoría. El impacto de aquellas teorías fue enorme, lo sabemos. El desgarro en el seno de los cristianos no sólo se refería a que uno puede relacionarse directamente con Dios, sin necesidad de intermediarios "interesados", sino que aquellas noventa y cinco tesis clavadas en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg el 31/10/1517 incluían otras ideas tremendamente subversivas para el orden mundial construido. Son las ideas de quienes realmente transforman el mundo. Si son asumidas como verdades absolutas uno ha de conducirse según las mismas. Y pobre de ti si las cuestionas. Esas tesis también fraguan conceptos referidos a la ética en/del trabajo, y determinados príncipes y nobles observaron una singular brecha sobre la que escarbar y destrozar el poder del Papa y dar un golpe al imperio dominante de aquella época (el español). Ganaban mucho, sino ¿para qué exponerse? Calvino, más radical que Lutero, singularizó aún en mayor medida la ética laboral. En el fondo, fue un gran precursor de la práctica capitalista. El trabajo se empezó a ver como un servicio a la sociedad, como una forma de honrar a Dios, por ello el trabajo duro -expresamente recomendado por su doctrina- se convirtió en uno de los principios básicos de las comunidades protestantes. Como si el matarse trabajando en la vida fuere una señal de que tu alma iba por el buen camino. Sigue así.
Con el devenir de los años, en la revolución industrial, es la burguesía quien recoge el testigo para ahondar más en este tipo de creencia. Aquí todo es válido en pos de acrecentar las fábricas y los mercados (y concentrar riqueza). El esclavismo estaba abolido y era mal visto, pero ¿quién se atrevería a ir en contra de una concepción ética protestante? Esa misma ética ha dejado huellas en las formas de mirar la vida entre el norte, y mundo anglosajón, y el sur europeo. La fractura se refleja aún hoy. Lo que me sorprende un poco es que actualmente hasta los chinos (y no creo que los protestantes hayan tenido gran ascendencia ahí; tampoco Confucio) se empeñan en trabajar más que nadie. Y los japoneses incluso han acuñado el término karoshi («muerte por exceso de trabajo»). La impronta con la dedicación al trabajo está profundamente anclada en muchísimas personas. Es como si te salvases mediante eso, aunque dejes la salud en el camino, las relaciones en el camino, la ansiedad sea una pandemia cierta, y hasta nos hagamos más obesos.
Pero el estímulo a que produzcamos más horas ha sido impulsado en todos los colectivos y de todas formas posibles. No sólo a través de lo divino, sino por medios muy dispares como en los años 40/50, en los que, por ejemplo, en la industria del cine las actrices y actores trabajaban como las ratas. Es Bette Davis quien denunció, sin mucho éxito, el sistema esclavista que las ataba a los estudios durante siete años, empleando seis días a la semana de sol a sol. Y como si fuesen caballos se las hinchaba de pastillas y chutes cuando era preciso. El encomiable Dr. Feelgood les inyectaba un brebaje que hacía recuperasen el color de las mejillas, el brillo de los ojos, el ánimo, la euforia y sobre todo las ganas de seguir trabajando. Lo inmortaliza bien Aretha Franklin en su canción: Dr. Feelgood, Love is a serious business ("no me envíes ningún doctor... cuidar de los negocios es realmente el juego de ese hombre.."), en referencia a quien llenaba de metanfetaminas entre otros a John F. Kennedy, ilustrísimo cliente. No sería hasta 1975 que se le retira la licencia, con lo que tuvo suficiente tiempo de hacer felices (además de trabajadores) a mucha gente con su terapia innovadora cuando todavía ese mito feliciense no se había alargado, y al que hoy se le da prolongación a través de otros métodos más sutiles. En todo caso, ese tratamiento depredador afectó a medio plazo los comportamientos y la salud de quienes lo experimentaron. Al menos aquí te daban chutes que te hacían momentáneamente sentirte feliz.
Para los protestantes el trabajo casi que es liberación. Y la vocación es aquello a lo cual Dios te ha llamado y debes poner al completo tus energías a desarrollarlo a costa de todo y de todos. Es como el talento que Dios te ha dado, que no debes desperdiciar. "Al contrario -casi gritaba aquel sábado una contertulia-: has de centrar tu foco y tu propósito y tu esfuerzo y tiempo y etc". Pero, ¿qué sucede cuando uno cuestiona determinadas creencias? Y si a mí me gusta el básquet aunque tenga más talento para el tenis, ¿qué pasa? Yo que hablaba poco, cité a Timothy Keller (pastor y teólogo, entre otras cosas) quien escribió: "Tu vida no tendrá significado sin trabajar, pero no puedes decir que tu trabajo es el significado de tu vida". Supongo que esto lo ha pensado más de uno, pero ahí se lío un poco la conversación. Ahora nos ponemos en riesgo para satisfacer lo que alguien dice que es tu pasión o lo que tú crees es tu pasión. Y ese mantra que si trabajas en lo que te gusta no es trabajar, ¿no se ha cuestionado esto alguien alguna vez? Pedro recordó esa actuación de Chaplin en Tiempos Modernos, donde el maniqueísmo y el capitalismo le quitan la humanidad a los trabajadores y hacen que pierdan la razón. ¿Seguimos en ello mediante otros subterfugios y otras ideas preconcebidas? Pasar de las jornadas maratonianas durante la revolución industrial a unas más decorosas supuso multitud de desangres. Pero en esta nueva revolución que vivimos parece estemos yendo hacia atrás. Da la sensación que las máquinas y toda esa inteligencia artificial y novedades tecnológicas que se nos agolpan sin tiempo a digerir nos dominan y nos marquen los espacios y ritmos. Muchos autores piensan que las máquinas nos hacen trabajar más, estar menos concentrados, disfrutar de menos vacaciones... Todo el mundo ha de estar a la última las 24 horas del día, laborar en la oficina y en casa, no desconectar... Parece una sociedad que te susurra calvinismo a cada instante. Y el chute, encima, corre de tu cuenta.
En España, más de la mitad de la población -con tendencia a aumento- está abocada a una dedicación horaria al trabajo brutal bajo una consigna casi de auto imposición: tú te lo guisas tú te lo comes, tú te preocupas de tu empleabilidad, te autoformas, te auto empleas, tú eres el responsable de tu vida, tú estás sólo ante el mundo, tú eres el dueño del mundo. Créetelo. Tú puedes. Millones de trabajadores viven fuera del trabajo como en un tiempo prestado, un ocio prestado, y donde la revolución no nos hubiera otorgado más que deberes y un derecho, una forma de auto-esclavismo evolucionado: la auto imposición de que yendo solos o trabajando a tu aire serás más feliz y dispondrás de mayor control, estás creciendo como persona. Es una triste paradoja, un mundo sin trabajo para todos, donde unos van agobiados y a otros, como el joven desempleado o el viejo desaprovechado, les sobra tiempo. De momento los gobiernos sacan leyes fabulosas para temas igualitarios, de conciliación, de flexibilidad, de diversidad, de... Leyes aplicables a diez grandes empresas e inasumibles para la gran masa. A lo mejor, aunque ya no podamos redistribuir la riqueza como nos gustaría o ése sea un tema lento, al menos un reparto del tiempo laboral sí que constituya un inicio algo novedoso, y seguro muy valorable en las nuevas generaciones. Si España tiene el honor de ser el primer país del mundo en establecer por ley la jornada laboral de ocho horas diarias, Decreto de 3 de abril de 1919, ¿por qué ahora no nos planteamos otras formas rupturistas?