Va a ser que hoy no. El feedback (palabreja que ya admitimos y usamos todos como propia y que tiene definición en el diccionario pero a la cual nos resistimos porque retroalimentación no suena nada cool) que recibo de esta columna es elegantemente positivo, lo cual me enorgullece, y al aplicar el método científico de análisis de alternativas me doy cuenta de que quizás es tan positivo porque mis haters me honran con su indiferencia. Y crece mi ego al ritmo de la lisonja, que debilita mucho, cuando afirman que doy un tono optimista a pesar de escribir sobre problemas o comportamientos que no siempre nos honran como personas; y en eso tienen razón, o por lo menos hago el intento de destilar esencias positivas donde algunos ven solo podredumbre, por la misma razón que las monedas tienen dos caras, hay un ying para cada yang, un ciclo económico malo detrás de cada uno bueno y un acierto del VAR por cada error arbitral (bueno, aquí igual se me ha ido un poco la olla).
Y en eso estaba enfrente de una hoja en blanco, esa hoja que te derrota cuando no acuden las musas, pensando en exprimir ideas en tono optimista. Pero la realidad es dura y te persigue con más denuedo que tus errores del pasado, y comienzas a repasar tus aventuras de las últimas semanas y no es que veas el vaso medio vacío sino que directamente lo ves escurrido. Y no es un evento solo el que te roba la energía sino la acumulación de esos que suelen venir en manadas de veintisiete, como la negativa de ese cliente potencial cuando creías que lo tenías en el bote, bueno la de ese otro también, y la del de más allá... Vale, vale, todos sabemos como es la consultoría y el interim, o sea que no te rasgues las vestiduras, porque eso te puede dejar tocadillo pero nunca hundido.
La queja tiene un componente añadido que la hace más dañina: propaga una moral negativa, de perdedor
¿Esa es la razón para no ver la parte positiva de lo que me rodea? Hay más. Aparecen entonces esos episodios que te van haciendo pensar, como cuando alguien de confianza te dice la verdad y te golpea como un crochet en el campeonato del mundo del peso welter. En uno de ellos, una persona a la que respeto mucho me dice textualmente "Es que la culpa la tienes tú" en relación con un episodio menor acerca de uno de mis hijos, y le empiezas a dar vueltas y te das cuenta de que, por mucho que no nos guste recibir esos bofetones de información, ella (Montse, gracias!) tiene toda la razón del mundo. Y eso me lleva a reflexionar sobre si estamos haciendo lo correcto con la educación de nuestros hijos millenials (echabais de menos el tema ¿eh?) o si estamos criando marqueses a los que les damos todo hecho y masticado. Afortunadamente - y a pesar de que ese incidente no es el mejor ejemplo - creo que no es mi caso ni el de muchos otros que conozco, pero sí que percibo un sesgo general bastante acomodaticio en los jóvenes que es muy preocupante: si Ramos manda un balón al anfiteatro en una semifinal de Champions, por mucho que se quede mirando al suelo este no tiene la culpa.
¿Y qué me decís de esas personas a quienes te tomas la molestia de escribir porque podéis colaborar en algo (fijaos que no hablo de favores, es interés mutuo), que os habéis molestado en localizarlo, hablar con algún conocido mutuo que os presente virtualmente, y no obtenéis ninguna respuesta? ¿Tanto cuesta hacer acuse de recibo y responder que ahora mismo no puedo evaluarlo y nos emplazamos para dentro de 6 meses, o nunca si no es interesante? ¿Estoy pidiendo la luna? O quizás es que nos estamos volviendo tan individualistas cuando estamos en una situación de poder que no nos acordamos que puede seguir una curva sinusoidal y estar abajo dentro de nada. Según la teoría de Hofstede, en relación a los países de Europa, en general España es una sociedad más colectivista que individualista; aunque el argumento parezca pillado por los pelos y la definición de Hofstede no sea exportable al ciento por ciento, me sirve para afirmar que no me gusta este sesgo individual, egoista, de la sociedad.
Acabar en alto es la actitud que nos llevará al éxito, o como mínimo nos conducirá a las vacaciones
Yo me sentía más cómodo cuando nos relacionábamos, nos hacíamos favores que luego nos devolvíamos o no, incluso hablábamos, ese hábito que se está perdiendo. Y si tú, querido joven lector, me dices que hablas por Whastsapp yo te responderé como esa abuela de mi pueblo que le contaban de una cosa novedosa que se llamaba inseminación artificial y respondía "¡Ay hija, a mí que Dios me deje a la antigua!". Espero que me hayáis entendido. Al final, creo que todos vamos conociendo a esos campeones que son muy amigos tuyos cuando tienen que pedirte un favor, una relación o lo que sea, pero que les cuesta mucho aplicar el teorema de la reciprocidad; y eso no quita para que cada vez que me pasa siga cayendo en el mismo error pero acabe despotricando sobre el deterioro de las relaciones humanas por el egoísmo de algunos de sus miembros.
¿Habéis aplicado a puestos en webs genéricas? Yo lo he hecho por deporte, como experimento cuasi sociológico porque tengo la edad que tengo y ya he oído muchas veces lo de qué interesante, tu perfil es muy completo, aportas una experiencia ideal, etc pero ... ya si eso ... a ver si ... No voy a discernir lo de los cincuentones porque ya lo hice en esta columna hace unos meses y me centro en el ratio de respuestas: me he postulado en LinkedIn para unos - digamos - 15 puestos de Director de Recursos Humanos o HR Business Partner en los últimos meses. ¿Cuántos diríais que me han respondido? Tres, por supuesto todos negativamente, y eso que en la carta de presentación les planteaba alternativas interesantes como reclamo. Por tanto hay 12 que no se han tomado ni la molestia de responderme que no soy un candidato o que hay otros que se adaptan mejor al perfil, 12 empresas - alguna de ellas bastante conocida - a las que no voy a dar bola y si puedo no compraré sus productos (Uy, qué amenaza tan severa, deben estar preocupados si se enteran). ¿Les cuesta mucho responder a todos los candidatos? No. Durante mucho tiempo lo teníamos a gala como prácticas de buena empresa y yo personalmente lo valoro.
Ya vale de quejas y de noticias negativas: nos quedan un montón de cosas que hacer y un mal comité o una mala legislación o un jefe mejorable no van a ser una razón para el pesimismo
En todo caso, si 12/15 ni siquiera me responden y consigo un 0/3 en las que sí lo hacen, el feedback para mí no puede ser más claro: por un lado, asistimos a un modelo nuevo de relación, mucho mas impersonal, enfocado al resultado final y con menos respeto al candidato, en línea totalmente opuesta a lo que predican las webs de las empresas y las teorías sobre el impacto positivo del candidato rechazado como prescriptor; por otro, me permite entrar en la dinámica autodestructiva de sentirme rechazado e inútil para competir en el mercado laboral. Otra razón más para no terminar en positivo este articulo prevacacional.
Podría seguir con unas cuantas lindezas más pero la autocompasión no entra dentro de mis parámetros. Es más, podría tener esta conversación con cada uno de vosotros, que también tiene problemas, y acabaríamos los dos llorando en el hombro del otro sin haber tomado acción para superarlo y por supuesto en la misma situación que cuando empezamos, o peor. Ya vale de lamentarnos por la leche derramada, por aspectos en que la mayoría de las ocasiones no tenemos control, y dedicarnos activamente a cambiarlo o, como mínimo, a entender esas circunstancias y navegar de la forma más favorable a nuestros intereses. Quejarte de tu jefe es un deporte donde sacarías medalla olímpica (y muchas veces tienes razón, ¿y qué?), te publican la obligatoriedad de control de la jornada, pierdes varios empleados clave de un departamento cuyo jefe hace todos los méritos para ello, tu cuñado huele tu jamón recién comprado a 45 km de distancia, le cambian las vacaciones a tu cónyuge y eso te crea un cisma familiar, ... y así podríamos seguir casi hasta el infinito sin haber solucionado casi nada, si exceptuamos la posibilidad de comprar jamón de York, aunque eso tiene más connotaciones.
Y esa queja tiene un componente añadido, involuntario probablemente, que la hace todavía más dañina: el contagio y la propagación de una moral negativa, de perdedor. Esto provoca un auténtico efecto llamada de forma que cualquier cosa que te pase será tan negativa como pueda ser, o lo vas a interpretar así. No es psicología barata ni coaching de salón, tan solo la experiencia del cincuentón; lo podría haber edulcorado con alguna frase de Tagore sobre las lagrimas y las estrellas pero ya habría sido demasiado parecido a una peli de las tardes de Antena 3.
Ya vale de quejas y de noticias negativas: nos quedan un montón de cosas que hacer y un mal comité o una mala legislación o un jefe mejorable no van a ser una razón para el pesimismo. Creo que ya hice mención a un libro del profesor Ginebra (Gestión de Incompetentes) y reafirmo su dogma: con estos bueyes hay que arar, porque estamos de acuerdo en que no arar no es una opción ¿no?
Y no te preocupes por mí que ya me conozco y aprovecho esos momentos de bajón para reflexionar, para explorar alternativas, para probar comportamientos, para aprender en definitiva. Y además tengo suerte, mucha suerte, o sea que siempre hay algún cliente nuevo, o una oportunidad inesperada en un ámbito en que no contaba, o algo que me llena de actividad el cerebro y erradica el espacio que tengo dedicado a la queja, cada vez más pequeño. No desdeñemos la suerte pero confiemos más en el trabajo; no puedo dejar pasar una respuesta que me dio un conocido headhunter de Madrid que cuando le deseé suerte al final de una entrevista y, adaptando a Picasso, me respondió "Gracias Javier, pero que la suerte, cuando llegue, me pille trabajando". Pues eso, a trabajar con denuedo, a mejorar y basta de quejas que suenen como autojustificación por algo que no hemos hecho o no queremos hacer. Y cuando lleguen esos momentos de duda, como los que yo describía en clave personal, los positivizamos como oportunidades de conocer a esos que dicen que son amigos (de verdad, no de Facebook) o de que LinkedIn nos ayude a conocer nuestro valor real y orientar nuestro futuro; en cuanto a lo de los hijos, pasapalabra ¿no?.
Releyendo el artículo, más allá de alguna licencia numérica argumental, quiero abrocharlo desdiciéndome - licencia de autor - de mi primera frase y afirmando que sí acabamos en alto, en positivo, porque esa es la actitud que nos llevará al éxito. Como mínimo nos conducirá a esas vacaciones que tanto te mereces y esperas y a las que ningún pensamiento quejica va a empañar.