En una excursión por los periódicos deportivos de Internet - una de esas excursiones que ninguno hacemos porque solo nos dedicamos a leer blogs de editoriales cultas y ver documentales sobre vida salvaje - me llamó la atención un video de una hincha, creo que inglés pero es irrelevante, celebrando un gol de su equipo. Voy a intentar describir la situación porque era surrealista: imagínate una grada repleta de fans en el momento en que el equipo marca un gol decisivo, locura completa, euforia desmedida, saltos, abrazos con tipos con los que solo compartes unos colores, y en medio de la grada un hombre moderadamente contento saca un móvil, prepara la cámara y se graba a sí mismo celebrando el gol con entusiasmo mientras el resto de la grada ya empieza a decaer en su euforia.
Penoso, ¿no? ¿O acaso nuestro prota valoraba más tener un documento para compartir en su Instagram que el ridículo que podía estar haciendo celebrando un gol de su equipo a contratiempo? Yo quizás me hubiese muerto de vergüenza si me hubiesen grabado y difundido pero seguro que nuestro amigo habría estado encantado porque un video suyo era viral y tenía un montón de likes. Y si ahora estás cabeceando y pensando en un adolescente o un joven millenial tengo que corregirte: era un hombre nacido antes que Internet. Tópico desmontado.
¿Qué nos lleva a compartir sin pudor nuestras alegrías y miserias? ¿Por qué han cambiado tanto los códigos de comportamiento y necesitamos esa dosis instantánea de reconocimiento y aplauso? Cuando uno de mis hijos me estaba intentando desasnar en el manejo de Instagram quise hacer una foto más grande dándole un doble toque rápido a la pantalla como hago en muchas apps, pero en realidad eso supuso un like para la foto que me estaba enseñando; no recuerdo de quien era, ni el contenido pero sí la bronca que recibí por dar un like a alguien que no debía recibirlo y los problemas que le iba a crear, etc. El éxito se mide en likes, unidad etérea emocional que se está convirtiendo en la referencia, con independencia de otros factores tales como esfuerzo, estudio, dedicación, etc. En épocas pasadas decíamos que el diccionario es el único sitio donde la suerte va antes que el trabajo; ahora la suerte y un buen estilista de imagen parecen un pack ganador.
Colaboro con un cineclub en el que hemos puesto una tablet para que a la salida los espectadores toquen una carita (como en los hospitales, tiendas, etc) y nos digan cuánto les ha gustado la película; no hay tiempo ni espacio para valorar el guión, la fotografía, la interpretación, etc y lo resumimos todo con inmediatez con una carita que nos dice si les gusta mucho, poco o nada. Es una unidad subjetiva pero inmediata (recalco este factor porque si pidiésemos la opinión la semana siguiente o en la próxima proyección la respuesta sería asintótica a 0), y masiva porque casi todos responden; esto nos evita las discusiones anteriores acerca de si ha gustado más o menos basado en comentarios que nos hacían a cada uno y que sesgábamos por aquello del ascua y la sardina. Sabemos, por tanto, qué películas han gustado y eso debería ayudarnos a programar adecuadamente.
Me he tomado la licencia de copiar el título de este artículo de uno escrito por Tiago Mendes en la revista IdeasLLyC (Llorente&Cuenca). Os recomiendo su lectura encarecidamente ya que no lo voy a reproducir aquí por varias razones, una de ellas que tiene una orientación más para marketinianos; en todo caso hay algunos axiomas con los que comulgo y son aplicables en mi exposición. Comienza relatando el caso de Lacie, protagonista del episodio "Nose Dive" de la serie Black Mirror (¿aun no la has visto?), que vive en un mundo regulado por una aplicación que otorga privilegios (vivienda, trabajo, etc) en función de las puntuaciones que le otorgan las personas con las que interactúa; en definitiva, no vive su vida sino la de las expectativas de los otros con las dosis de angustia que supone. Es una utopía lejana, ¿no? Ya. Supongo que ya sabes que los influencers, esos que tienen millones de followers y que son aspiracionales para muchos adolescentes (el número de niños en USA que quieren ser youtubers triplica a los que sueñan con ser astronautas), cobran de las marcas por cada foto con mis nuevas gafas Xxxx y aquí otra con mis zapatillas Yyy. Y cuantos mas seguidores y más likes más cobran. Pues no hay tanta diferencia con Lacie, ¿no?
Y no puedo dejar de comentar la campaña de Instagram en que la fotografía de un huevo (sí, un huevo) consiguió un récord de cincuentaycuatro millones de likes (sí, 54 millones); luego resultó ser una campaña para advertir de los riesgos de dolencias mentales, especialmente las asociadas a la presión de las redes sociales. Genial, pero dudo que a los 54 millones les afecte. Mientras tanto resulta que uno de cada cinco jóvenes reconoce que no tiene ningún amigo, pero apuesto a que tienen mucha actividad en Internet;
¿Cuántas veces has ido a un hotel en base a la recomendación de la web Trip ***? ¿Y a un restaurante según El T***? ¿Cuántas veces usas el filtro +4 estrellas cuando compras en Ama***? No validamos las opiniones ni el detalle de las mismas sino tan solo una opinión general que nos vale para conformar la nuestra. Por tanto todos acabamos yendo a los mismos sitios porque imagínate las consecuencias con tu pareja o tu familia si vas a otro con peores opiniones y la experiencia es mala. Realmente es otra dictadura y algunos se rebelan como ese hostelero valenciano que ha denunciado a un portal porque las malas críticas estaban dañando a su negocio, eso sí sin mucho éxito por ahora.
Pero volvamos a los likes y analicemos la parte negativa, la presión social sobre la persona en función de lo que publique, el bullying on-line y la ansiedad que para el individuo - joven en muchos casos - supone la necesidad de seguir publicando y obteniendo likes. En el artículo detalla algunos ejemplos e iniciativas interesantes tales como que no sea visible el número de likes con lo que ello implica para las marcas y para los individuos, y con un denominador común: el like no puede ser exclusivamente la medida del éxito.
Sería muy peregrino por nuestra parte, y no negaremos que habitual en nuestra sociedad, pasar de la dictadura del like a denostarlo y abdicar de él. Como en muchas otras cosas, ni tanto ni tan calvo. Si aplicamos todas estas reflexiones a Recursos Humanos (casi suena a antediluviano describir así al departamento cuando hay nombres tipo Personas&Valores, People&Pride, etc) hay aplicaciones que no son descabelladas; sin pensar mucho, ahí van varios ejemplos:
- ¿Por qué no medir al Responsable de Selección por la opinión de los candidatos que han tenido relación con la empresa en un proceso de selección, exitoso o no? La opinión que se distribuirá en la red sobre la empresa, no sobre el Responsable, estará en función de lo que esos candidatos digan a sus colegas - malo o bueno - sobre cómo se han sentido tratados, por lo que casi mejor que seamos proactivos y los tratemos dignamente (no hay que hacer mucho, tan solo tratarlos con corrección, cumplir los compromisos, respetar las fechas, darles información completa y adecuada, etc). También sé que me dirás que los candidatos no se comportan igual, que no se presentan a las entrevistas, etc, y tendrás razón; ahora bien, nadie dice que esta relación tenga que ser simétrica. Un abrazo para ese responsable de Selección al cual le acabo de hacer un flaco favor.
- ¿Cuántas veces comunicamos con nuestros empleados con textos y formatos que parecen diseñados por el enemigo? Quizás si el empleado tuviera una herramienta para validar la calidad de la comunicación (ojo, no el contenido) nos lo pensaríamos mejor antes de publicar hasta que no estuviese niquelado. Querido responsable de Comunicación, un abrazo.
- ¿Y si cualquiera puede darle un like a cualquier otro empleado porque ha hecho una presentación buena, ha gestionado bien un proyecto, ha resuelto una situación delicada, ha captado un cliente clave, etc? Sí, estaríamos cambiando un poco la gestión del desempeño y hay un riesgo cierto de prostituir el sistema para humanizarlo con aquello tan nuestro de "entre bomberos no nos pisemos la manguera". La idea es muy interesante y ya está implantada en algunas empresas pioneras.
- ¿Y por qué no valorar las sesiones de presentación de resultados, por ejemplo, que hace el Director General, y que muchas veces son un piedro infumable que todos aguantan porque es tradición y devoción informar a todos los empleados? Ya sé que siempre se ha hecho así y que hay que hacerlo pero a lo mejor es cuestión de personalizar un poco las sesiones, hacer grupos más enfocados, etc, en definitiva personalizar la experiencia comunicativa.
- Si tus empleados diesen likes al proceso de gestión del desempeño ¿qué crees que saldría? Ya lo sabemos, ¿no? No estoy diciendo que debamos renunciar a fijar objetivos, seguirlo, valorarlo, pagar en función del logro, etc pero quizás debiéramos adaptarlo al siglo XXI . Esto podría aplicarse a muchas otras políticas e, insisto, no abogo por renunciar a la forma en que hacemos las cosas por la dictadura del like sino que planteo la necesidad de adaptar nuestros procesos a la audiencia, cada vez más millenial, cada vez más acostumbrada a redes sociales y hábitos no usuales en los tiempos en que se diseñaron las políticas.
El concepto "dictadura del like" está muy trillado y encontrareis muchos artículos interesantes en Internet, sobre todo relacionado con adolescentes. No os perdáis - sobre todo si teneis hijos en esa franja de edad - unos videos de una campaña de Orange sobre este tema en las que aboga por un uso responsable de la tecnología.
Y si os ha gustado este artículo no olvidéis darle un like bien grande porque eso me dará una posición de fuerza para negociar mis emolumentos con el director de esta publicación.