Steve Jobs es uno de esos genios con luces y sombras que da para escribir muchos artículos, como hice yo mismo no hace mucho (el CDR, ¿recuerdas?). En su caso las luces son tan brillantes que enmascaran cualquier intento de ensombrecer su figura; si añadimos a esto su temprana muerte cuando todavía podía haber empujado otras iniciativas, ya tenemos completo el perfil del genio o del mito.
Otra vez se me adelanta alguien pronunciando una frase destinada a perdurar o teniendo una idea brillante, mecachis, pero eso no me desanima. La frase con que inicio este modesto artículo es suya o por lo menos se le atribuye, que viene a ser lo mismo, y es una parábola de liderazgo en sí misma. Hay una pléyade de pensadores y articulistas que han escrito obras sobre liderazgo, los tipos de liderazgo, el rol del líder, etc etc; seguro que ya has leído sobre el líder transformador, el democrático, el líder laissez-faire, etc y no voy a incidir en eso sino en una característica que todos demandamos a nuestros líderes: que decidan.
Decidir no es fácil, y tomar decisiones desagradables no es además nada glamouroso. Decidir genera daños en muchas ocasiones, daños a un empleado o grupo de empleados, a la sociedad, a los accionistas, etc... pero ese Director General o Consejero Delegado está puesto y pagado para eso, para tomar esas decisiones con impacto en las personas. Y eso no es divertido: no conozco ningún DG que se vaya a celebrar que ha tomado la decisión de hacer un ERE. No conozco ningún DG que se jacte de no haber aplicado sus políticas de RSC a cambio de optimizar el rendimiento para el accionista. No creo que haya ninguno que someta a votación de colaboradores menos preparados que él/ella decisiones importantes para la marcha de la empresa. No me lo creo. De la misma forma, aplaudo a líderes que toman decisiones impopulares o que les generen desgaste, problemas, quebraderos de cabeza, etc: un líder no está hecho para recibir el premio del concurso de popularidad de su empresa sino para gestionar adecuadamente el mandato de su presidente o de sus accionistas.
Es más, aún a riesgo de ser impopular y discrepar de la mayoría de los lectores, creo que los empleados prefieren ese tipo de líder a quien no le tiembla el pulso por tomar decisiones impopulares, que no cambia de criterio en función de la película que le cuenta el interlocutor para darle la razón, que no busca subterfugios dialécticos (Alaska lo llamaba retorcer palabras) para intentar mostrar que ambas opiniones contradictorias dicen realmente lo mismo y son perfectamente implantables, que le da un capotazo a la petición de mojarse y difiere el problema a otro momento o lo encasqueta a quién le pide decisión.
Y digo más: desde mi humilde punto de vista, contar con un líder sólido, decidido y con las ideas claras genera una onda positiva, un caldo de cultivo adecuado para que florezcan otros frutos. En este número dedicado a la Responsabilidad Social Corporativa y la sostenibilidad, ¿es demasiado presuntuoso afirmar que un líder que no vende helados tiene a medio plazo un efecto positivo en la motivación de los empleados? ¿Y acaso un empleado motivado no tiene un efecto positivo en la responsabilidad social y los resultados de la empresa? ¿Y en la estabilidad en el empleo? ¿Y la reputación de solidez en la gestión no ayuda en la captación de talento? ¿Y por tanto en la sostenibilidad?
Sí, sí, ya sé que esta argumentación dialéctica no aguanta tres asaltos por ser demasiado superficial; sé asimismo que un líder sólido no garantiza el futuro (puede ser condición necesaria pero no suficiente) y que hay una infinidad de ellos que tienen las condiciones pero no la visión o el empuje, o simplemente no creen en la RSC o no está entre sus prioridades. Quiero pensar que estos son una minoría y me centro en los otros, en los que contribuyen a generar beneficios a largo plazo haciendo de su empresa un modelo socialmente responsable, que trabajan activamente en la motivación y comunicación en su empresa, que atraen talento, que conectan mejor con los consumidores millenials (y posteriores), que mejoran su imagen interna y externa, que se diferencian de la competencia, que...
¿Os parecen suficientes razones para desterrar el carrito de los helados para siempre? No digo que con ese perfil de vendedor no se pueda liderar pero, según mi experiencia, es más difícil que estos perfiles generen un cambio sostenible a medio plazo. Con la experiencia que atesoras ya eres capaz de diferenciar los comportamientos heladeros de tu jefe, y no le haces un favor si la siguiente vez que busques su ayuda te aprovechas de ello para conseguir un rédito favorable a tus intereses a corto plazo. A corto plazo no es una garantía de sostenibilidad.
Y si acabas decidiendo que -pese a todo- la única decisión que vas a tomar es cambiar el de yogur con arándanos por uno más moderno de pistacho y fruta de la pasión, quizás debas cuestionarte si tú mismo no eres un aspirante a vendedor de helados.