RRHH

La paradoja de la Navidad

Javier Fañanás

Director de proyectos y consultor en The Skeye

 

 

Querido lector, probablemente cuando leas esto ya estaremos en enero, por lo menos, y podremos evaluar comportamientos con mayor rigor, pero te anticipo que el momento es irrelevante porque el patrón se repite anualmente. Y no es achacable al parón vacacional ya que no se repite en las de verano. Por tanto, declararemos culpable a la Navidad. Culpable de una infinidad de cargos que de otra manera recaerían sobre nosotros mismos.

¿Recuerdas la fiesta/cóctel/copa/brindis, o cualquier otro nombre que el parguela de Recursos Humanos quiera darle, de diciembre de 2024? Sucedió hace cuatro días, y fue unánimemente comentado que el ambiente se podría catalogar de bueno, excepcional según el Director General, que el buen rollo fluía a la par que los ricos caldos, que se enfatizaban los buenos deseos con abrazos cálidos con palmada incluida (menos los Z, que no vinieron), que parecía mentira cómo pudimos haber discutido por cosas tan nimias, venga otro abrazo y los mejores deseos para 2025, que va a ser un año genial (siempre hay un graciosillo que recuerda lo de a pesar de la rima). Pues mira ahora cómo esos buenos deseos se han quedado en agua de borrajas tan solo dos semanas después, el tiempo para fijar los objetivos del año y recordar las culpas pendientes y las rencillas previas, y cómo volvemos a criticar a los otros y a apuñalarnos, metafóricamente por supuesto, igual que hacíamos antes.

¿Por qué somos tan cínicos si sabemos que vamos a volver a ser como el rocín que da vueltas a la misma noria sin importarle si ha sido Navidad? El problema no es la celebración sino la debilidad de una cultura organizacional que no promueve el respeto y la empatía todo el año. ¿O es que cuando tu jefe te incita a enviar un mail copiando a todo el mundo para quejaros de los déficits de otro departamento, ignorando que seguramente la culpa es compartida, no está contribuyendo a destruir esa cultura de colaboración? ¿O cuando hace un comentario despectivo de los jefes de otros departamentos para sacar lustre al propio? ¿Dónde quedaron los buenos deseos y la voluntad de hacer las cosas de forma diferente? ¿Y por qué te prestas gustoso a participar en esa lucha en la que tienes un rol de peón o, como mucho, de alfil? No voy a disertar sobre la bondad de una cultura organizacional más inclusiva y respetuosa, la que se genera de arriba hacia abajo, porque creo que todos estamos de acuerdo, lo que me sirve para que, a falta de chivo expiatorio adecuado, solo me quede la Navidad como culpable.

Ahora no se estila tanto una práctica muy común hace tan solo unos años: recibir una felicitación de Navidad, probablemente personalizada, de proveedores y empresas con las que has colaborado. Pero sigue habiendo empresas que lo practican y que a mí, personalmente, me gusta. Los headhunters son un buen ejemplo, pero no deja de llamarme la atención que llega un momento en que te ignoran, en que esos mismos que te llamaban recurrentemente para ofrecerte el trabajo de tu vida resulta que han perdido tu teléfono a medida que el calendario inexorable va añadiendo canas en tus sienes; tú sigues siendo el mismo tipo que daba lustre a sus ternas de candidatos, incluso con más competencias, pero la edad se convierte en una barrera insoslayable. Sí, es consecuencia del edadismo, un cáncer para la selección que todos criticamos pero que contribuimos a fomentar con nuestras prácticas diarias: que levante la mano quién no haya incurrido en ese pecado. Todos somos grandes profesionales que buscamos lo mejor para nuestras empresas y que entendemos perfectamente la inclusión y los prejuicios de los que debemos huir. Como no puedo culpabilizar a todos en conjunto, no me queda más remedio que personalizar en ese espíritu navideño efímero que nos hace olvidar en enero lo que manifestamos en diciembre.

La Navidad también es una época muy propensa para hacer balance y preparar la lista (editable, por favor) de buenos propósitos para el año que viene. Vamos a dejar de lado y purgar los que suponen el mínimo común divisor de la mayoría de las listas (dejar de fumar, gimnasio, llegar antes a casa, etc) y centrarnos en los comportamientos que quieres corregir en tu trabajo. Si eres miembro de una multinacional quizás te han puesto un rating y has tenido una conversación con tu amado jefe sobre tu performance en la que te ha mencionado una o dos cosas que deberías mejorar, eso sí siempre enmascaradas en un montón que haces bien; apuesto a que dentro de un año esa lista seguirá inalterada en su mayor parte.

¿Por qué es tan difícil corregir lo que nos han dicho que hacemos mal? La respuesta puede estar en la resistencia al cambio y en la falta de retroalimentación continua y constructiva. No me hace falta preguntar a cada uno de vosotros para confirmar que todos lo hacemos bien; por tanto, colijo que es el paréntesis navideño quién se apropia de nuestras neuronas de forma artera y eso incluye un software de borrado de buenos propósitos el día de Reyes.

Dentro de esos propósitos estaba tu decisión de no elegir siempre el camino más fácil, bien sea por obedecer siempre de forma bovina, bien por no buscar alternativas más complejas para ese proyecto tan importante, bien porque te falta poco para una promoción (o jubilación, que no deja de ser una promoción también) y no vas a arriesgarte, bien por cualquier otra causa. La respuesta puede estar en la búsqueda natural de la comodidad y la aversión al riesgo que muchas organizaciones todavía patentan aunque sus valores rezan lo contrario.

Alguno me diréis con agudeza que eso no es más que la aplicación estricta de la navaja de Ockham, argumento basado en la comodidad según la cual seguiríamos siendo nómadas y no existirían las películas pastel de Antena3, por poner un ejemplo. Apuesto a que te ves capaz de hacerlo y estás decidido a que este año sí sea el decisivo en tu transformación; por tanto, si no lo logras (no pongas grandes esperanzas por si acaso) no me queda más remedio que condenar ese campo distorsionador que crea la Navidad, campo al que no te puedes resistir. Me he tomado la libertad de adaptar aquí el famoso campo de distorsión de la realidad creado por Bud Tribble en Apple Computer hace más de cuarenta años para referirse a la capacidad de Steve Jobs de convencer a su entorno, y no siempre con resultados positivos; vale la pena leer su desarrollo en la biografía de Walter Isaacson.

Podría seguir pero ya tengo suficientes argumentos de peso para culpabilizar a la Navidad de todos nuestros males, y soy plenamente consciente de que estoy nadando a contracorriente. ¿Me queda alternativa? Reconocer lo contrario implicaría que no me queda esperanza en que podamos mudar comportamientos y transformar realmente las empresas, cambiando viejos paradigmas que deberían estar hoy superados. Sé que soy como el delantero que mira la irregularidad del terreno cuando falla el penalti o como el arriero que reniega de todos los santos cuando los bueyes no siguen su trazada; mi esperanza es que el delantero practique más para atinar en cualquier circunstancia y que el arriero aprenda para que la siguiente vez el carro evite las piedras, y que tú y todos nosotros seamos valientes en este año 2025 para eliminar esos comportamientos cancerosos en las empresas que frenan nuestro avance. Seamos más decididos, más inclusivos, más empáticos, más tolerantes con los que toman riesgos, más orientados a las personas, más sumas y menos restas. Los objetivos van a ser igual de ambiciosos y los mimbres para conseguirlos están ahí, a tu alrededor: ahora tú decides el cómo, y tu ejemplo va a ser determinante.

Y como no está en mi ánimo dejarte con mal sabor de boca ni polemizar desde principio de año, déjame recomendarte un ensayo en el que todos vamos a estar de acuerdo: El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Si no lo has leído, hazlo y me lo agradecerás.