Núria Noguerón
Assessora financera
Richard Thaler, Premio Nobel de economía en 2017 por sus aportes teóricos al campo de las finanzas conductuales, explica que la forma en la que está diseñado un entorno de toma de decisiones influye en cómo se toman las decisiones.
Las finanzas tradicionales asumen que los humanos somos siempre racionales, poseemos la misma información perfecta y la interpretamos de forma precisa para maximizar nuestra utilidad. Sin embargo, las finanzas conductuales asumen que los humanos somos parcialmente racionales. A veces actuamos de forma racional y otras de forma emocional. No tenemos información perfecta sino limitada. Y no tratamos de maximizar nuestra utilidad, sino que tratamos de satisfacerla.
Está demostrado que el ser humano tiene marcadas preferencias y problemas de autocontrol. Por tanto, muchas de las decisiones que toma son irracionales: tenemos limitaciones cognitivas y sesgos emocionales.
Los sesgos emocionales nos "nublan" la visión y nos pueden llevar a tomar decisiones poco convenientes. Las decisiones se basan en la emoción en lugar de hacerlo mediante un proceso racional de toma de decisiones. La principal consecuencia de este sesgo en los inversores es que tienen que adoptar un perfil excesivamente conservador para evitar pérdidas, lo que les lleva a incurrir en coste de oportunidad y en la posibilidad de no alcanzar sus metas.
Respecto los sesgos cognitivos se basan en deficiencias a la hora de interpretar la información, fallos en la memoria, errores a la hora de hacer cálculos, etc. Las decisiones que tomamos suelen estar influidas por cómo nos han presentado la información, o cómo ha sido formulada la pregunta.
Daniel Kahneman, Premio nobel en economía en 2002, y otro padre de las finanzas conductuales decía que: "una inversión con un 80% de posibilidades de éxito parece más atractiva que una con un 20% de posibilidades de fracaso. Curiosamente, a la mente le cuesta reconocer que son iguales."
Cuando nos llega nueva información que entra en conflicto con la información anterior, se produce una incomodidad mental conocida como disonancia cognitiva. Esta nos puede llevar a mantener posiciones que deberían haber sido vendidas, por no querer reconocer el error de haberlas comprado.
Es decir, es la que justifica mantener inversiones en activos que se encuentran en pérdidas porque "si no vendo, no pierdo". Así evitamos asumir los malos resultados y el dolor que nos produce venderlo. Este sesgo también está relacionado con el de arrepentimiento, que implica no hacer nada por miedo que, si lo hacemos vayamos por el camino equivocado.
En consecuencia, los inversores acaban perdiendo muchas veces tiempo, dinero y energías por no aceptar la toma de una decisión errónea, siendo muchas veces el coste de mantener la inversión superior al de asumir la pérdida.
Finalmente, cabe destacar, que la evidencia experimental muestra que condiciones cambiantes del entorno pueden modificar nuestra percepción de riesgo, haciendo que las condiciones que en un momento nos parecen aceptables, no lo sean en otro.