Salvador Martínez
Consultor en Organització, canvi cultural i RRHH
Hace unas semanas, Eada Business School Barcelona presentó el informe "Talento femenino 2019", un estudio dirigido por ICSA, consultora de gran prestigio especialista en retribución, con una muestra de 80.000 datos salariales de mujeres y hombres trabajando por cuenta ajena o en administraciones públicas, con el requisito de no formar parte del funcionariado. Los resultados arrojados por el informe no dejan lugar a dudas: sigue existiendo una clara e inexcusable brecha retributiva entre mujeres y hombres en todos los estamentos analizados. Ya se trate de dirección, responsables intermedios o personal operario, hay importantes diferencias en las percepciones salariales en función del sexo.
El estudio de Eada sitúa la brecha del escalafón directivo en el 16,1%, dicho en otros términos, un hombre recibe de promedio 82.763 € mientras una mujer -en la misma posición jerárquica- se queda en 71.271 €. En cuanto al cuadro de mando intermedio, las diferencias se hallan en el 13,3%, es decir, los hombres perciben 42.942 € de media por los 38.572 € de las mujeres. Finalmente, en las posiciones de base los resultados no son más halagüeños: mientras ellas alcanzan un promedio de 22.295 €, ellos suben hasta los 25.063 €; así pues, la diferencia es del 12,4%.
Si el informe elaborado por ICSA para EADA muestra la crudeza de la segregación horizontal (las diferencias salariales entre mujeres y hombres para puestos equiparables), hay otro fenómeno que resulta igualmente ilustrativo de la realidad de nuestra sociedad: la segregación vertical o "techo de cristal". Cuando analizamos la composición de la mayoría de nuestras empresas e instituciones, observamos que las mujeres van desapareciendo, como por arte de magia, a medida que subimos por la escala profesional. No es discutible, los datos y las estadísticas nos susurran una y otra vez la misma letanía: a mayor nivel (categoría y sueldo), menos porcentaje de mujeres.
Las razones de esta injusta situación hay que buscarlas en los roles y estereotipos de género que aún hoy impregnan todos los intersticios de la vida económica y social desde las clases más pudientes a los estratos más paupérrimos. Vivimos en un mundo donde lo masculino tiene más valor social, y ese valor se transforma en mejores oportunidades y, a la postre, en mayor recompensa económica. Aunque por fortuna nos hallamos en un proceso de cambio acelerado, todavía necesitaremos mucha pedagogía -y legislación- para eliminar la lacra de la inequidad por razón de sexo.
Los roles de género y estereotipos sociales, imbricados en una sociedad que presenta el modelo masculino como deseable y conectado al éxito social, tienen funestas consecuencias sobre las mujeres en forma de división sexual del trabajo. No es casualidad que las profesiones con mayor ocupación femenina tengan por nexo común el cuidado de los demás: limpieza, educación infantil, trabajo social, etc. Y tampoco es azaroso que sus retribuciones permanezcan en un rango bajo, mientras trabajos equiparables desempeñados tradicionalmente por hombres obtienen mejores compensaciones económicas.
Por si fuera poco estos lastres, las mujeres deben soportar un índice más alto de precariedad (temporalidad, contratos a tiempo parcial o reducciones de jornada) para conciliar su vida familiar con la profesional. Que nadie se rasgue las vestiduras, las mujeres siguen responsabilizándose de gran parte de las cargas familiares. Y si le parece poco, vamos a poner la guinda al pastel: vaya usted a cualquier universidad y comprobará la mayor presencia femenina, en número y resultados, pero observe la distribución de las posiciones relevantes en la mayoría de organizaciones y... ¡milagro!, los hombres detentan mejores puestos. ¿Otra casualidad o la fuerza de los estereotipos sociales, la presión de encajar en modelos masculinos y la diferente vara de medir los méritos de unos y otras?
Los datos siempre fueron muy obstinados en contradecir los discursos negacionistas (tanto si hablamos de emergencia climática como si lo hacemos de la eficacia de vacunas o de la igualdad de trato y oportunidades entre mujeres y hombres). Las estadísticas nos muestran con gran terquedad que el sexo de una persona sigue siendo un factor desequilibrante en la configuración del salario, a pesar de los esfuerzos de instituciones públicas y privadas en pro de la equiparación de derechos de ambos sexos. Quizás nos convenga recordar a Charles Prestwich Scott, editor de The Guardian en 1921, quien acuñó una máxima, hoy en vías de extinción, del periodismo anglosajón: "Comment is free, but facts are sacred".