Salvador Martínez
Consultor en Organització, canvi cultural i RRHH
Ramón Gómez de la Serna dejó escrito que "La vida es un paréntesis entre cajas de madera". Quien hoy hubiera sido un twittero empedernido, reelaboró con su característica ironía el viejo adagio latino "Temps fugit", pero también nos conectó con la nimiedad de nuestras vidas si tomamos la perspectiva del tiempo geológico.
"No somos nada", solemos murmurar apesadumbrados en la despedida de quien quizás un día se sintió tocado por la mano de Dios, quien -como nos ocurre a la mayoría de los seres mortales- pensó que la muerte era como hablar de los demás, que cantara el malogrado Luis Eduarte Aute. Pero Horacio sentenció que "Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres" (La muerte hiere con el mismo pie las tabernas de los pobres y las torres de los reyes), como bien sabíamos y la pandemia de la COVID se ha encargado de recordarnos.
La raza humana, en su proverbial ignorancia, juega a ser el Creador con la inmisericordia del vanidoso, pues considera que el mundo fue creado para su propio uso y abuso, hasta el punto de que entre negación, despiste, ineptitud, altivez e irresponsabilidad acabaremos por sentenciarnos: entre todos la mataron y ella sola se murió será el epitafio más adecuado en la losa que ha de cubrir la yacija de la humanidad. Decía Albert Einstein que hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, si bien de la primera no estaba seguro.
El mundo de la empresa no es ajeno a la idiotez, y ejemplos tenemos a puñados para demostrarlo. También aquí la fatuidad campa a sus anchas con una velocidad de contagio que ríete tú de la variante Omicron. Insignes empresas -gigantes con pies de barro- olvidaron que la extrema belleza de la rosa radica precisamente en su evanescencia. No se puede atrapar el tiempo, como no se puede retener por siempre el sabor embriagador del triunfo, porque cada día volvemos a empezar, y los éxitos pasados no aseguran los futuros, así como los aplausos de ayer se pueden volver en imprecaciones mañana.
Reivindico el valor de la humildad y de la sencillez para construir proyectos vitales y empresariales que hagan un poco mejor la vida del resto de personas. Cuando entendemos que nuestra empresa está al servicio de quienes nos compran, que sin clientes valemos menos que un cromo híper-repetido, estamos en disposición de recuperar la ilusión primeriza con la que un día abrimos las puertas de nuestro negocio. Nada como volver a los orígenes para renovarnos y sacudirnos la sensación de omnipotencia. Mal día cuando te oyes decir que pocas veces te equivocas, peor día cuando te lo crees de verdad.
Que ese paréntesis entre cajas de madera, o entre escrituras de constitución y disolución, valga la pena. Que llegados al inexorable punto final de la travesía, y habiendo obtenido las riquezas que solo las cicatrices dejan, podamos decir -parafraseando a Pablo Neruda-, con sinceridad y agradecimiento: "Confieso que he emprendido".