Management

Olor a naftalina

Salvador Martínez

Consultor en Organització, canvi cultural i RRHH

En mi infancia, solía abrir un armario ropero donde mi madre guardaba las prendas de poco uso. El olor a naftalina inundaba mi pituitaria, colapsaba mis sentidos de tal manera que acabé por asociar ese inconfundible aroma con aquellas cosas pasadas de moda, olvidadas, apartadas en una especie de cámara donde se conservaban como momias egipcias, a la espera de un corto momento de gloria y renacimiento en el que tuvieran oportunidad de salir de su ostracismo.

Hace unos días, en el marco de un taller de formación sobre igualdad de género, un participante preguntó por qué no se pone el foco en la discriminación por edad de la misma manera que en la desigualdad de trato y oportunidades entre mujeres y hombres. Sin ignorar que una mujer puede sufrir por ambas situaciones, convendremos que son dos lacras sociales inaceptables que cercenan los derechos de millones de personas en el mundo, y las empresas no son ajenas a estos hechos, por desgracia.

La vejez no parece ser gusto de nadie, y así lo vemos reflejado en la multitud de refranes y frases hechas. "Los trastos viejos, pocos y lejos", así que a la mínima que falla cualquier aparato, lo que toca no es repararlo (tal como hacían nuestros antecesores) sino retirarlo de la circulación. Al fin y al cabo, "Al viejo y al bancal, lo que se le pueda sacar", porque cuando esté exánime, y únicamente ofrezca la experiencia que solo el paso del tiempo proporciona, será momento de llevarlo a un lugar donde no moleste a quienes olvidan este otro dicho: "Viejo soy y viejo serás: cual me veo, tal te verás".

Decíamos que el mundo empresarial también hace años que se apuntó a la moda de la eterna juventud de las plantillas, con la excepción hecha -faltaría más- de los consejos de administración de grandes compañías, donde parece apreciarse algo más el valor de las arrugas. "Es más fácil enderezar un cuerno que enderezar a un viejo", reza el acervo popular, así que en un mundo enloquecidamente agile y flexible, ¿qué diantres pintan las canas? Lo de la diversidad generacional queda para el postureo de las campañas de responsabilidad social corporativa, de las que se suele salvar solo el último vocablo, porque a menudo ni son responsables ni sociales.

Así, casi sin darnos cuenta, llega un día en el que entendemos el sentido de esa otra frase hiriente: "El hombre viejo, en su tierra es extranjero". Decía una bella canción, compuesta por Eric Woolfson (Alan Parsons Project), que las edades de oro pasan pronto, por lo que es cuestión de tiempo, poco tiempo, que nos sintamos fuera de un mundo que gira demasiado rápido para comprenderlo. Desde luego que el destierro físico obliga a alejarte de tus raíces, pero se me antoja mucho más cruel el destierro emocional, cuando quedamos huérfanos del sentido de la vida, expulsados de nuestro lugar en el mundo.

El edadismo, esa sigilosa pero devastadora desgracia para la sociedad - en palabras de la propia ONU-, se alimenta de estereotipos y falsas creencias socioculturales. Bien obraríamos en las empresas si recordásemos que ""Cuando no es oído el viejo, es evidente que está entre necios", porque aquellas empresas donde se silencia el buen juicio de la experiencia, donde se desprecia la aportación de quien pasó mil pruebas de fuego, corren peligro de aquello que escribió Leopoldo Alas Clarín: "Las lecciones del mundo están escritas en un idioma del cual no se pueden traducir: el de la experiencia. El inexperto las sabe de memoria, pero no las entiende". 

La riqueza de las empresas, como de la sociedad en general, radica en la diversidad, en la capacidad para sumar desde ópticas diferentes. Cuando abrazamos las diferencias de todo tipo (edad, sexo, etnia, capacidades, ideología, etc.), construimos proyectos más robustos y perdurables. Librarse de las personas, cuando la piel deja de ser tersa y brillante, es tan miope como estúpido. Si me permite un consejo, ignore el olor a naftalina y los prejuicios del edadismo, antes bien, haga caso de un último pensamiento, esta vez de Séneca, sabio filósofo romano nacido en Córdoba: "La inexperiencia destruye e inutiliza muchas buenas ocasiones".