Management

La soledad del liderazgo

Salvador Martínez

Consultor en Organització, canvi cultural i RRHH

En los inicios de mi carrera profesional, tuve la oportunidad de asistir a un seminario que impartía un veterano consultor de empresas. A decir verdad, recuerdo muy poco -por no decir nada- del contenido de aquellas sesiones, sin embargo nunca he olvidado una sentencia que expresó aquel profesional mientras tomábamos un refresco en un establecimiento del Port Olímpic de Barcelona: "La soledad del líder" o, dicho de otro modo, la cruda realidad que experimentan muchas personas que deben tomar decisiones críticas.

Bien cierto es que el liderazgo no debemos cargarlo a lomos de una sola persona, o cuando menos, hay órganos directivos que apoyan y asesoran a quien -en última instancia- escoge una senda al llegar a un cruce de caminos. "Te pagan por tomar decisiones, y si encima aciertas, miel sobre hojuelas", me aseguró hace muchos años un alto directivo de una empresa mastodóntica. La verdad es que nadie sabe, con absoluta seguridad, cuál será el resultado de sus elecciones, a lo sumo las experiencias pasadas, un análisis concienzudo, el conocimiento del entorno y el olfato son ayudas valiosas, pero acuérdense de aquella frase de Alfredo Di Stefano -rememorando su paso por el Millonarios-: "Jugamos como nunca... y perdimos como siempre".

Aun considerando las pequeñas frustraciones y preocupaciones, de niño vivía en un estado confortable, pues en última instancia había alguien que asumía la responsabilidad y -en mi fantasía infantil- nada malo podía pasarme, estaba protegido ante el mundo exterior. Hacerse adulto, y también crecer profesionalmente, significa responsabilizarse de las propias decisiones, mirar alrededor y aceptar la propia falibilidad, la posibilidad cierta de errar en el diagnóstico o en la solución. Para aprender hay que equivocarse, o dicho en palabras de Frank Sinatra: "Respira hondo, levántate, quítate el polvo y vuelve a empezar".

Por desgracia, en algunas empresas opera el miedo a errar, sobre todo por las consecuencias que supone para la persona que de manera involuntaria marra el tiro. La presión que se cierne sobre quien teme los efectos negativos de una decisión desacertada no es baladí: un exceso de estrés emocional pone en jaque el temple del más pintado. En 1994, el "Superdepor" de Arsenio Iglesias se jugaba la liga contra el Barça en la última jornada; en las postrimerías de su partido contra el Valencia, y con un resultado de empate a cero que les dejaba en la cuneta, el colegiado señaló un penalti a favor de los coruñeses. El miedo a fallar encogió la pierna de Miroslav Djukic y el guardameta valencianista detuvo el lanzamiento sin dificultad. El Depor perdió aquel campeonato, y la consecuente decepción colectiva pasó a la historia de los fracasos futbolísticos. Pero es justo recordar que el auténtico líder de aquel equipo, y ejecutor habitual de las penas máximas, Bebeto, se escabulló de su responsabilidad, rehuyó la posibilidad de alcanzar la gloria, y dejó al serbio más solo ante el peligro que Gary Cooper en el filme de Fred Zinnemann.

La supervivencia de una empresa pasa, inexorablemente, por el aprendizaje rápido para adaptarse a un entorno cambiante e inseguro. No se me ocurre mejor metáfora para el liderazgo que la imagen de un padre o una madre enseñando a su vástago a montar en bicicleta: tarde o temprano la mano que sujeta el sillín se suelta para que el principiante se enfrente solo al desafío de mantenerse en equilibrio, y ello aun a pesar del riesgo de caída, justamente porque quien te aprecia de verdad sabe que ningún pájaro aprendió a volar sin salir del nido.